LA TECNOLOGÍA AL SERVICIO DEL CONTROL SOCIAL TECNOFASCISMO Y CIBERPOPULISMO versus DEMOCRACIA -Parte I-

Parte I – LA DEMOCRACIA SE ENCUENTRA EN UNA COYUNTURA CRÍTICA
Quien puede dudar en la actualidad, que los múltiples y variados medios de comunicación y recursos informáticos, que la tecnología ha puesto a disposición de la humanidad en las últimas décadas, no vayan a ser empleados por las castas dominantes, para preparar subjetividades de grandes mayorías, a fin de estimular consensos, o minimizar disidencias respecto a las estructuras de poder social, especialmente –pero no exclusivamente– aquellas creadas en el capitalismo.

Empleando contenidos y formas de lenguaje finamente adecuados (intervención de especialistas multidisciplinarios), el poder de penetración de los medios de este vasto arsenal, es excepcional para manipular voluntades y controlar consciencias y estados de ánimo, de vastos sectores de la sociedad.

Con tal capacidad en manos de minorías poderosas y desapegadas a la ética, no es extraño que se intente, empleando estos formidables medios, una regresión en materia de derechos populares (sociales, laborales, cívicos, etc.) y de todo aquello que se engloba en el progresismo de la cultura del siglo XX, trocandolos por otros valores “clásicos”, y cierto tradicionalismo unificador y disciplinante, lo que nos remite a las prácticas del fascismo europeo o japonés de la primer mitad del siglo pasado.

Naturalmente, que todo el influjo que pueda ejercer el mundo digital sobre los individuos, está condicionado (o relativizado) por el ejercicio de pensamiento crítico de estos, o lo que se conoce como su resultante; la conciencia crítica que posean los ciudadanos que empleen los medios a los que aludimos. Y es hora de enumerarlos: Inteligenica Artificial, las telecomunicaciones, la cibernética, las redes sociales, aplicaciones y plataformas, etc.

El problema del desarrollo tecnológico que tanto benefician las comunicaciones es que su propiedad, y por tanto, su administración, disposición y control de gestión, está concentrada en muy pocas manos. De hecho, las «gigantes tecnológicas», no llegan ni a una decena. Y el alcance de sus ‘servicios’ en el mercado alcanza a cientos y miles de millones de personas en todo el planeta, su poder económico y estructural es así global.

Son resistentes a medidas que algunas potencias occidentales les tratan de imponer, y solo se someten -por acuerdos y conveniencia- a las grandes potencias como EE.UU., Rusia, China y la UE. Sin embargo, cuando hay concomitancia entre ciertos partidos políticos de esos regímenes están en el poder, especialmente aquellos de corte elitista, existe cooperación, entre estas grandes corporaciones y el poder político. Incluso en el ámbito bélico. Starlink, Google, Alphabet, Amazon, Apple, Meta y Microsoft estarán dispuestas a colaborar en cualquier aventura militar, sin ningún imperativo ético que los restrinja.

CONSECUENCIAS DEL USO Y ABUSO

Una que podríamos denominar primaria, por referir a la esfera de los particulares y a nivel cultural, es que el modo de relacionarnos entre los habitantes globales, ha sido modificado rotundamente en este siglo XXI, por la virtualidad que impregna las comunicaciones y las expresiones entre los individuos. Las imágenes, los símbolos y cortos (videos) han ganado espacio a instancias de textos, noticiarios y disertaciones.

Han surgido individuos capaces de captar la atención y el interés permanente de grandes audiencias, que conforman “comunidades” variopintas, llamados influencers, pero al mismo tiempo, surgen otros personajes encubiertos tras seudónimos y que, aprovechando la impunidad y anonimato que en general, prodigan las redes, emiten discursos nefandos o de mero odio, que censuran y hasta ‘cancelan’, a personas que disienten con las ‘ideas fuerza’ que proponen, o la ideología que destilan.

Así aparecen quienes pueden propalar noticias falsas, opiniones sesgadas, verdades relativas, etc. sin que nadie los regule, por lo que se está consolidando esta nueva cultura digital no exenta de amenazas o peligros democráticos; la desinformación circulante como fenómeno, hoy ya es un dato de la ‘realidad’ comunicacional de la sociedad.

En un plano más general o institucional, y a propósito de las características descritas, es claro y evidente, que existe un riesgo cierto de que, apoyado en herramientas digitales que solo manejan un puñado de corporaciones, se imponga un modelo de control social de nuevo cuño sobre las comunidades.

Hay evidencias que los medios y las redes, con la invalorable asistencia de la Inteligencia Artificial (IA), se aplican no solo para predecir comportamientos y tendencias colectivas, a partir de la observación y cómputo de las actividades de todos los individuos al comunicarse, expresarse opinando, y demandar bienes y servicios materiales y culturales, sino que –además– se emplean para reprimir disensos, espiar y controlar. Dato que trae reminiscencias del fascismo de un siglo atrás.

Sin embargo, estas inferencias no necesariamente son compartidas por el saber popular, dado que el uso masivo e intensivo de plataformas y algoritmos dificulta la percepción de los mensajes solapados, la recolección de data que se hace de cada cual, ni tampoco aparece en las pantallas la efigie de Horus, para advertirnos de que nos vigilan en todo momento.

La manipulación emocional masiva, técnica ya conocida y probada en los medios de comunicación tradicionales [no digitales – ¿analógicos?] se aplica como arma de control social, según advierten estudios de campo de diversas disciplinas (psicología social, ciencias de las comunicaciones, sociología, etc.).

Originalmente, Internet como red ilimitada de interconexión humana, fue vista como una oportunidad de liberarnos de ciertos sesgos localistas, comunicarnos globalmente, e intercambiar datos y opiniones, lo cual derivaría en una fenomenal democratización cultural. Pero, tal como acontece en otros campos, las técnicas aplicadas y las herramientas en uso, pueden servir para manipulación y control de los usuarios, cuando su desarrollo y manejo [algoritmos mediante] están solo en pocas manos [monopolios].

Si, además, el Estado, en connivencia con esos actores privados cuyos objetivos son de concentración económica, le asignan a la recopilación de data que proveen inadvertidamente los usuarios/habitantes, un propósito de vigilancia no declarado (reconocimiento facial, biometrías de accesos, datos personales cedidos a terceros procurando servicios gratuitos, etc.), estamos frente un caso de totalitarismo disimulado o tecnofascismo.

LA ALIENACIÓN; LA MEJOR COLABORACIONISTA DEL FENÓMENO
Años de influir sobre el sentido común, con premisas neoliberales, facilitaron la configuración de una visión acotada a la inmediato, lo cercano, lo tangible, como la única posible para una gran masa de la sociedad, pero no solo los algoritmos completaron la tarea de indicar “donde ir”, qué preferir para comprar, usar y cómo distraerse para estos individuos-consumidores, sino que desestimularon una mirada más panorámica de la realidad, el descubrimiento de otras realidades y ambientes posibles.

La película «El Truman Show» protagonizada por Jim Carrey a fines de los ’90, bien podría ser una metáfora de lo que viven muchas personas hoy. El film fue una de las críticas más impactantes sobre la manipulación, la privacidad y el control de los medios, dado que su argumento se basa en la vida rutinaria de un hombre común que es, sin embargo, transmitida por tv –sin su consentimiento– durante las 24 h a modo de un Reality que disfrutan muchos televidentes. Su mundo ha sido construido para mantenerlo en una rutina segura y predecible, evitando cualquier razón para cuestionar su realidad.

Nosotros entendemos que, en la era de las redes sociales y la exposición constante, su mensaje sobre el control, la manipulación y la vigilancia es más inquietante que nunca.

EL ARSENAL DE LA NUEVA OLA TECNOLÓGICA.
Desde la pandemia (como acelerador), toda la humanidad experimentó un cambio bastante drástico en la forma en relacionarse con otros, con sus modos de trabajar, y con las instituciones. Y esto fue influido por varias tecnologías de avanzada que emergieron (y aún lo hacen) simultáneamente. Un desarrollo convergente de innovaciones sin precedentes en la historia de la ciencia y técnica. Esas tecnologías, se integran entre sí; sinergia que las potencia, y de las que destacamos a: la inteligencia artificial (IA), la robótica avanzada, la biotecnología, la computación cuántica, el internet de las cosas (IoT), la realidad virtual y aumentada (VR/AR), y la energía renovable, entre otras.

Orientadas –como preanunciamos más arriba– por el acendrado individualismo, culturalmente insuflado por las corrientes neoliberales en boga desde el último medio siglo, sus productos personalizan productos y servicios, y se dirigen a ofrecer soluciones a medida para cada cual, considerando la estratificación de capacidades económicas de los sujetos o de grupos ‘afines’. Con ello, refuerzan la sensación del individualismo como paradigma deseable para todos.

Sobre esta “realidad” se montan algunos políticos en carrera. El caso de Milei ya es paradigmático, un influencer libertario con pretensiones de global y rockstar del anarcocapitalismo. En definitiva, un defensor de que los sofisticados servicios de las nuevas tecnologías, sean solo para quienes puedan pagarlos.

POLÍTICA Y TRASHUMANISMO
El transhumanismo es un movimiento filosófico y cultural que promueve el uso de la ciencia y la tecnología para mejorar las capacidades físicas, intelectuales y psicológicas del ser humano, con el objetivo de trascender sus limitaciones biológicas y alcanzar la inmortalidad y una calidad de vida superior. Se basa en la idea de que la humanidad no es el fin de la evolución, sino una fase temprana que puede ser superada mediante el auto diseño humano y la aplicación de tecnologías como la ingeniería genética, la nanotecnología y la inteligencia artificial.

Como vemos, la tecnología amenaza con avanzar sobre esferas de la vida humana hasta ahora en apariencia intocables, que el transhumanismo fomenta.

NUEVA NARRATIVA Y ALTERNATIVAS
Nuestra inquietud, tal como venimos planteando, es la cuestión de que si los mega-poderosos del mundo digital, realmente quieren tomar el control del poder gubernamental, o solo ser aliados de los gobiernos de turno que les garanticen ‘estabilidad’ para seguir acumulando capital e influencia. Pero también hay otras opciones, no menos preocupantes, que deberíamos responder, como vemos a continuación:

A- ¿Marchamos hacia un CIBERPOPULISMO [el gobierno del algoritmo]?
Hoy los algoritmos filtran lo que vemos en redes, pero pueden convertirse en oráculos de lo político. Con su información, se convierte en un espejo emocional colectivo, y llegar a ser una suerte de simulador de pulsos ciudadanos que anticipe y moldee decisiones de Estado.

¿Se podría gobernar en base a la conversación digital? Decididamente –en nuestra perspectiva– sería sumamente inconveniente para la sociedad, y ello en razón de que las ‘prioridades públicas’, no serían producto de diagnósticos socio-políticos o informes técnico-económicos, sino definidas por las discusiones que predominan en el ecosistema digital: lo que más circula, o emociona. No lo más importante o urgente, que puede no tratarse en las redes (o hacerlo con menor intensidad).

En otras palabras, el ciberpopulismo es una forma de hacer política en base a la “lectura” de emociones y narrativas digitales, que imponen el «clima» al que se ajustarán las decisiones, no a criterios técnicos de estudios fácticos. El problema grave para la democracia real, es que tales ‘conversaciones’ de plataformas, pueden incluso ser ‘importantes’, pero no representan a todos. Los que no se conectan o tienen poca asiduidad, quedan excluidos del sistema. Sus fuentes siempre serán parciales, sesgadas, con omisiones. Lo invisible, no existe; no entra en agenda. La política se reduciría en mantener la atención, no resolver problemas estructurales.

En la Argentina actual, se verifica una práctica política de ese tipo, o al menos, una experiencia híbrida con componentes de diversas modalidades. Otra dificultad peligrosa, es que, en parte de la población, se origina una falsa ilusión de democracia participativa: se cree que la gente decide, pero en realidad solo deciden quienes consiguen posicionar sus temas. El trending topic o las emociones más virales, son insumos para gobernar, es decir, para responder, sin considerar necesidades insondables por el sistema.

El «piloto automático» regido por algoritmos, no considera [no entiende] la Justicia Social, ni la Distribución del Poder, ni Derechos Humanos. Simplemente maximizan la visibilidad y amplifican lo que relumbra, lo que despierta interés, lo que polariza. Son espejos distorsionadores que enfatizan lo visible y oscurecen lo esencial.

Cuando se emplea al algoritmo no ya como instrumento de escucha, sino en regidor de decisiones, estamos frente a un profundo dilema sobre legitimidad, representatividad y justicia.
La gestión anarco-libertaria nacional, parece orientar su rumbo en base a likes, shares y menciones. Desoyendo voces ausentes en la órbita digital, pero que llevan justas razones. Además, ¿Quién protege lo impopular pero necesario?

Este ciberpopulismo si llegase a consolidarse, podría autenticar el gobierno actual u otros venideros, eficaces en reflejar el ‘sentir digital’ (genuino o manipulado), pero seguirían siendo miopes ante el país real. Democracia instantánea, una moda, un espejo que distorsiona más de lo que refleja.

B- ¿… o llanamente a un TECNOFASCISMO?
Si nos enfocamos en Estados Unidos en el momento actual, claramente se advierte una nueva conjunción entre los emprendedores de internet y las operaciones gubernamentales cotidianas. Así comprobamos que el tecnofascismo ya no es una abstracción filosófica con la que Silicon Valley pueda experimentar, sino un programa político, en la que ingenieros inexpertos (muchos empleados de E. Musk) recortan con una «motosierra» estilo mileísta, ramas enteras del gobierno [Estado] federal.

Esa actividad está institucionalmente contenida en el Departamento de Eficiencia Gubernamental, una suerte de comisión asesora presidencial creada por la nueva administración de D. Trump, cuya tarea es reestructurar el gobierno federal y eliminar regulaciones para reducir los gastos y aumentar la eficiencia del gobierno. Pero los modos y tiempos de sus acciones hasta el presente, que incluye cierres de agencias, y desconocimientos de autoridades administrativas establecidas, son rayanos a la inconstitucionalidad (¿suenan algunas campanas conocidas?) por lo que existen conflictos abiertos en todo el estado federal.

Para programar las actividades de recorte, y toda forma de comunicación con el personal estatal, incluyendo avisos de distracto, se emplea inteligencia artificial. Esta aplicación de conceptos técnicos y racionalidad a los seres humanos y a la sociedad humana, en general, se parece demasiado a un régimen totalitario.

Cuando, ante el espíritu de colaboración (¿o alianza?) entre el trumpismo y el capitalismo del Silicon Valley, se advierte que otros empresarios pretenden construir infraestructuras a escala nacional, estamos frente a un oportunismo tecnofascista.

Hasta un tiempo atrás, que podríamos referir desde la gestión de B. Obama, las plataformas digitales sintieron apoyar al gobierno democrático como una especie de megáfono comunitario; pero en la actualidad, parecen pretender suplantar la autoridad establecida del gobierno. Al menos intentan corroer el poder estatal, presionando al gobierno formal, que indica una pretensión incluso de reemplazarlo. El hecho cierto es que el Estado Federal norteamericano, hoy está en crisis por las medidas trumpeanas extremas, que el manejo de bots desde las tecnológicas parece agravar, antes que resolver.

La idea de los empresarios fundadores de las tecnologías de punta y sus equipos de ingenieros y nerds, es que saben más que nadie, acerca de todo. Entienden, por tanto, que son capaces de gobernar mejor que los políticos y los funcionarios o empleados federales. Todo puede ser funcional con principios tecnológicos, suponen, aunque hayan fracasado rotundamente en algunos proyectos de ciudades autónomas, por ejemplo.

Pero estas utopías de sociedades tecnologizadas, representan un desafío político para con el populismo de M.A.G.A. [eslogan de Trump], que es enemigo de la tecnocracia globalista, a la que ven como anti humanista y destructora de la ‘tradición americana’, por ello, existe un conflicto que, por ahora, dejó fuera de la esfera ejecutiva al propio Elon Musk, a quien actualmente reputan de tecnofeudalista, recortando libertades populares, y buscando convertir a los estadounidenses en «siervos digitales».

Los capitalistas tecnológicos, advirtieron finalmente, que la derecha trumpista –esencialmente restauradora de tradiciones –, contradice con su proyecto de innovación permanente y reformateo de la cultura civil. Desde la filosofía política, se puede considerar a tales empresarios como aceleracionistas, ideología política reaccionaria con influencias tecnológicas, que considera el caos como algo inevitable [ver filósofo británico neo-reaccionario Nick Land].

Pero, a diferencia de Karl Marx, cuya idea era que, si las contradicciones del capitalismo se exageran lo suficiente, inspirarán la revolución proletaria y surgirá una sociedad más igualitaria, este «tecno aceleracionismo» muskiano, sostiene que, si bien el colapso vendrá de todos modos, tiene un fin diferente; deben quitarse las ‘curitas’ y dejar que se destruya el orden existente, para crear uno tecnologizado y jerárquico con ingenieros en la cima. La utopía de los tecno-billonarios es que la arquitectura gubernamental preexistente debe ser completamente rota para imponer la suya propia.

Ese nuevo diseño posibilitaría que, desde la «oficina central», aun permitiendo cierta autonomía e influencia en las ramas de la administración, pueda intervenirse si el rumbo no va en la dirección prevista para maximizar la eficiencia.

Tal búsqueda brutal de la eficiencia por parte del tecnofascismo, resultaría en un estado de alienación no atractivo para ninguna posición del espectro político. Por ello es dudoso que la colaboración entre tecnócratas y políticos de derecha dure para siempre. Porque, esto es lo políticamente importante; los burócratas técnicos, no cuentan con un electorado político ni un partido que los obliguen a rendir cuentas por su programa tecno-fascista, pero los políticos profesionales, surgidos en debates, propuestas y elecciones sí.

Por eso sospechamos que el peligro realmente está, en que la clase política imperial, acuerde compartir cierto poder con el capitalismo digital, a cambio del uso controlado por parte del gobierno de turno de las tecnologías disponibles, a fin de consolidar su guerra contracultural de posverdad para erosionar los valores de la democracia, y, mediante el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales (la justicia, el parlamento o los medios de comunicación) y la erosión de las normas políticas tradicionales, perpetuar así un dominio elitista y despótico.

En ambas hipótesis; ¿cuánto obstáculo representa la democracia liberal para la enajenación de la soberanía popular? Lo trataremos de elucidar en la Parte II

(continúa …)